El archivo se ha convertido en una de las tendencias más dinámicas en el arte contemporáneo. Las formas del deseo de archivo son como ruinas, sobrevivientes del pasado o incluso del presente que se niegan a extinguirse, que resisten el olvido. Y su rescate artístico puede hacerse equivalente a ese esfuerzo “arqueológico” al que se refería Foucault en la investigación científica o filosófica. El vértigo de un presente, excesivamente intenso, parece estimular ese anhelo de “memoria”, esa “contraofensiva a la «pulsión de muerte»” que hoy se registra en la creación simbólica e indéxica.
De esto se trata en la muestra “Escrituras fragmentadas del recuerdo” instalada en un espacio privilegiado, en tanto dialogante por su misión misma, de una institución que rescata y preserva la presencia del cacao en la vida guayaquileña. En esta muestra se reúnen obras, propuestas inteligentes de trece artistas en las que, desde diferentes perspectivas, recuperan y rescatan memorias personales o locales como “un hecho cultural, antropológico y existencial”. Unas registran documentos, otras remiten a monumentos; algunas propuestas nos trasladan a experiencias o imaginarios personales o familiares, y otras a recuerdos vivos o espontáneos. Y llama la atención la significativa diversidad de soluciones formales, con medios dibujísticos, pictóricos o instalativos, que dotan a la muestra de una riqueza estructural que complementa el amplio espectro discursivo conceptual.
Los más reconocidos teóricos del archivo en los territorios del arte coinciden en afirmar que esta estrategia no va dirigida a la sola imaginación, a la pura percepción visual, sino que debe cuestionar e interrogar, provocar la reflexión crítica en los receptores. No se trata tan solo de almacenar memorias o de salvar historias, no deben quedar en un plano de simples y curiosas reconstrucciones de un acontecimiento pasado; se trata de motivaciones para la indagación, la confrontación con experiencias propias similares o paralelas, la convocatoria a la identificación o al rechazo a partir de unas u otras vivencias personales. En este sentido, la muestra es un espacio de diálogo en el que se puede y se debe experimentar el fragmento o intentar posibles soluciones de continuidad, admitir el hiato y vivir la intermitencia o “rellenar” los espacios vacíos y no aceptar un laberinto sin salidas. Las obras se proyectan y cuestionan desde y al presente. Tales deben ser los itinerarios, tal debe ser su dinámica.
Todos los artistas participantes son jóvenes, menos uno que es actualmente bien reconocido y admirado profesor de artes visuales y al que agradecemos su respuesta eficaz. Los jóvenes se graduaron en Artes hace dos años o menos y ya se inscriben con nombres propios en el escenario de la creación. El esfuerzo personal realizado por cada uno de ellos ha encontrado una respuesta admirable de la institución anfitriona, quizás por la coincidencia de intereses archivísticos de esta con los de aquellos. Esto garantizó el intercambio fructífero y el éxito mismo de esta muestra.
Eduardo Albert Santos - Curador















